EZEQUIEL WOLF

domingo, 27 de mayo de 2012

Pasaje para dos

Sentada en una mesa en el bar de siempre, ahí donde los colectivos doblan a la derecha buscando el sol, Cassandra eligió la mesa de la puerta que da a la ventana que no es avenida.
Bien sabe ella que la barra no es de lo mejor para sentarse sola, atada a su vestido negro con lunares blanco, esa boca roja mía pintada para Dante, que hoy no vino y que parece que ya no viene, y nadie ni siquiera ella (ni mucho menos él) sabe por qué carajo no está ahí en la misma calle, en el mismo bar.
–Qué se le ofrece Srta? – preguntó Mingo.
–Un licuado de durazno con agua por favor. Si es de lata de duraznos en almíbar no hay problema que esté trozado, pero si es de fruta por favor que esté entero en la licuadora y con un poco de piel, que a veces es sabroso y hasta necesario mordisquear una piel–.
Mingo la miró como al pasar buscando robarle una sonrisa dijo – Otra que Sor Teresa–.
Cassandra se sintió interrumpida y sin piedad, replicó. – ¿Perdón? – (Con una P suave, prolongada hacia abajo como arrastrando la e también y terminando el P-E-R-D-Ó-N en la O y la N como un canto, buscando pronunciar como la r y la d del perdón  fundidas y confundidas en los oídos y los ojos de quien escucha, lee o imagina la lengua enredándose sobre si misma detrás de los labios por debajo del paladar cargado de erotismo, insinuación, verbo y sexo)
–Nada– dijo Mingo.
–Mejor así…– siguió Cassandra que enseguida retomó con lo que venía–…y si es con duraznos en almíbar por favor con un poquito de hielo también a menos que el durazno ya estuviese en la heladera–.
–Perfecto. ¿Se le ofrece algo más? – preguntó Mingo cumpliendo con su trabajo, ese noble oficio de quien sabe ganarse la propina.
–Si - dijo ella- abolir la paranoia y un pasaje para dos personas a cualquier lugar…

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