EZEQUIEL WOLF

lunes, 11 de junio de 2012

Habría que medir intensidades*


Parece que Cassandra y Dante tienen decidido no salir de la cama.
Es más, ahora que lo pienso hace varios días ya que me cuesta dar con ellos.
Como si me hubiesen bajado la persiana hasta nuevo aviso.
Qué se yo.

Quizás fui perdiendo cuidado al escribir sobre ellos, y en el entusiasmo me sentí aliado y me perdí, y perdido me dejé ver, y por eso decidieron bajarme la persiana.
Apropósito:
En realidad creo que Cassandra y Dante no me bajaron la persiana para que yo deje de escribirlos, no.
Más bien pienso que Cassandra y Dante decidieron ser ellos actores de una serie de escenas cursis, y que para relaciones mucho más sexuales, más jugosas, más carnosas, más calientes sean otros los que se entreguen.
Pienso que en tiempos de seducción 2.0/3.0 4.0 y vaya uno a saber qué carajo significa eso, ellos prefirieron ser los cursis, los hechizados, los enamorados, los eternos…
Sensación de eternidad: Sentir que nada más que eso que les pasa en ese momento a los dos, es importante.
Es por eso que Cassandra y Dante son eternos por intensidad y no por tiempo.

Hoy en lugar de ventilarlos, simplemente voy a remitirme a contar cómo fue que aparecieron, cómo fue que los conocí, qué de ellos fue lo que me encandiló.

Cassandra y Dante nacieron para mí una tarde de otoño.
Yo estaba sentado en una computadora en una biblioteca a la que por esos tiempos, iba seguido a pasar el tiempo, buscando algo o a alguien, buscando musas descarriadas, voces sin decir, diálogos sinceros, silencios incómodos para terminar una suerte pretenciosa Novela sobre la radio, los ardores, la cursilería, la impotencia, el paso del tiempo, el primer amor a corazón abierto, los gemidos de iniciación, el nacimiento del resentimiento, las primeras borracheras, la perdida de la fe y la resurrección, cuando de pronto los vi entrar a ellos.

Cassandra entró abrigada con un gamulán marrón silbando una canción, y detrás de ella Dante caminaba con la mirada todavía llovida por lágrimas de impotencia y hartazgo – Bueno yo voy a guardar esta piña siempre y cuando vos me prometas que no vas a llorar más así…– le dijo Cassandra a Dante–…pero si así y todo tenés ganas de llorar me llamás y vamos a caminar al lado del río, y una vez allá lo largás todo–.  
Dante la miró a los ojos y ella lo miró también como se miran dos que saben que sólo es cuestión de tiempo. 
Cassandra le prometió que estaría en la entrega de diplomas de él, y Dante retrucó la promesa invitándola a tomar una cerveza.
Tendrían que haber visto cómo se deseaban.
Faltaban un par de días para que se animasen a tocarse y ya se olía ese perfume a sexo, a dos cuerpos desatados haciéndose el amor.
Por eso se tomaron su tiempo porque ellos son así, anacrónicos, atemporales, románticos, intensos, y esa es una de las cosas principales por las que decidí retratarlos y colgué la Noble Novela pretenciosa sobre la radio el amor y el resentimiento.
Porque viéndolos entendí que lo que yo había escrito hasta entonces no había sido más que un ejercicio catártico, la proyección de una suma de miedos e inseguridades que por esos tiempos compartíamos varios de los que frecuentábamos esa biblioteca en la que si había algo que no importaba, eran los libros.

Cassandra y Dante me conmovieron por su sed de verdad.
Cassandra y Dante me hechizaron con su deseo sincero y a los ojos.
Cassandra y Dante me cautivaron con su amor analógico.
Cassandra y Dante me hicieron suyo cuando entendí que lo de ellos trascendía esa posición en la que todos a mi alrededor fingían estar entusiasmados, todos a la vez, porque a ellos dos no les importaba nadie más que ellos dos.
Cassandra y Dante me inspiraron con su intensidad, con esa magia que emanaban deshaciendo el tiempo en relojes de plastilina.

Así que por respeto a ellos dejaré de escribirlos al menos por un tiempo.
Para que no se sientan presos de su libertad física, ideológica, psíquica, filosófica, poética, carnal, simbiótica en tiempos en los que la inmediatez violó a la paciencia, enfermándonos a todos de ansiedad.
Para que no bajen la persiana cuando el amor los haga a ellos, en la cama, o en el suelo, o en el sillón, o en la mesa de la cocina, o en la ducha, o en la puerta del ascensor,o parados los dos en puntas de pie.



domingo, 3 de junio de 2012

Afiebrado, delgado y salvaje mercurio.

‎...y así fue como Cassandra se despertó con un suave golpe en la cabeza. 
Se habían acostado con Dante a ver televisión pero el cansancio acumulado en el aire, el espesor del tiempo a lo largo del día en los ojos, y la comodidad de encajar tan bien físicamente el uno con el otro los relajó hasta dormirlos. 
Dante se durmió sentado con la espalda apoyada en los almohadones que acolchonaban la pared y Cassandra simplemente se desarmó por debajo de su brazo derecho con la oreja apoyada en el costillar derecho de él.
Cassandra abrió los ojos y al ver que Dante ni se había inmutado lentamente y en silencio, se movió por encima del colchón hasta apagar la televisión. 
Dante siempre dice que le cuesta dormir, y que piensa que es necesario para su cuerpo pero a su vez es un férreo militante del no dormir, porque la noche nació para ser vivida y que uno nació para vivir la noche, tal como uno vive el día, en fin para vivir la vida. 
El sol ya acariciaba las paredes de algunos edificios. 
Cassandra volvió a sentarse al lado de él, pero aprovechó para dejarlo caer y apoyarlo en su vientre, lugar donde él siente que percibe los rumores subterráneos de ella. 
Él jamás atinó a despertarse. 
Estaba profundamente dormido. 
Cassandra aprovechó ese momento para transcribirle al castellano una canción de Dylan cambiando Johanna, por Cassandra. 


¿Que por qué traducirle una canción de Dylan en lugar de escribirle algo, sabiendo que lo hace tan bien?
Porque la canción la representa.
Porque la canción es preciosa.
Porque la canción tiene Ritmo.
Porque la canción tiene Armonía.
Porque la canción tiene Melodía.
Porque la canción se la hizo escuchar Dante una vez.
Porque cuando Dante volvió a dibujar trazó un par de líneas en lápiz en diversas hojas y fue Cassandra quien le dijo,–Son todos Bob Dylan–.
Porque a ella no le gustaba Dylan por el simple hecho de pelear a Dante.Uds, saben, gajes del oficio, fricción, no ficción, la no oposición de los sexos opuestos.
Porque con el tiempo ella entendió que la magia de Dylan radica en que no importa si sabe o no cantar, sino en  que para muchos, (y en esos muchos está Dante), Dylan sobrepasa la liviandad de Blowin´ in the Wind, siendo el Shakespeare de su cuerpo, tanto como Shakespeare, es un de los tantos Dylan de la antigüedad.


Y así fue que después de traducir toda la letra Cassandra se levantó para poner Blonde o Blonde, pero en el Playlist ya estaba cargado Blood on the Tracks.
Y así fue que ella apretó el Play y se acostó en el sueño.
Y así fue que Dante se despertó cuando el disco Honestidad Brutal de Calamaro se cayó de la pila de discos estallando contra el suelo.
La respuesta?
Está flotando en el viento.



viernes, 1 de junio de 2012

Vine para aprender


Después de la rumba improvisada en aquella esquina de la ciudad, y en medio de la tormenta desatada, La Florista que se emborracha con Legui salió corriendo con Berni agarrada de la mano.
Berni es un Profesor Titular de Historia que después de tanto años sin ejercer porque como Investigador viajaba por todo el mundo redactando trabajos, ensayos y otras tantas, se dió cuenta que los años como titular iban llegando al fin, y que no quería perderse la posibilidad de enseñar ahora, una vez caminado gran parte del camino. 
–¿Hace mucho que no da clases?– preguntó La Florista mientras él cerraba el paraguas en la puerta de una confitería y ella refregaba los pies contra la alfombra para no empapar el bar anacrónico.
Eligieron la mesa que da a la vereda. Mesa doble con un gran ventanal.
-Es que me gusta poder respirar la lluvia- dijo ella  ya sentada en la silla que da a la puerta y con la espalda apoyada contra la pared.
–Si, hace bastantes años ya que no doy clases. Di clases de pibe. Cuando arranqué fui ayudante, y después ya metido en investigaciones, crecí por concurso dentro de la Carrera, y bueno, una cosa llevó a la otra y entre Concursos, Congresos, Doctorados y esas cosas hice más una especie de carrera diplomática universitaria  docencia propiamente dicha. –
–Qué interesante. –Dijo ella–  ¿Y por qué ahora te picó el bichito?–
–Quizás el tema es que cuando arranqué no me molestaba tanto no enseñar, qué se yo, prefería aprender para mí, acumular saber…– dijo Berni eligiendo milimétricamente cada una de sus palabras y los silencios entre palabra y palabra, tratando de conmoverla –…Pero lo cierto es que ahora con el correr de los años me gustaría más ser docente para alumnos que profesor de profesores como soy hoy. Vine para aprender –.
 La Florista que se emborracha con Legui lo miraba de reojo jugando a no verlo, pero lo escuchaba con quirúrgica atención, Berni pestañeaba.
Cuando sus ojos parecía que iban a chocar él levantaba la cabeza para llamar al mozo de camisa celeste arremangada con botones metálicos, y ella simplemente jugaba a escaparse del aprieto entre las gotas escurridizas de lluvia que chorreaban de las motos estacionadas en la puerta del bar, sobre la vereda.
–Voy al baño–dijo ella y él aprovecho el momento para pararse detrás de ella e ir a la barra, y pidió al encargado dos medidas de legui, y dos sumbarinos.
–Perfecto ya se lo alcanzo–.
Berni estiró el brazo, agarró la jarra de agua, se sirvió en un vaso que había secándose ahí, tosió fuerte y encaró para la mesa.
– ¿Necesita algo más?– preguntó el encargado dándose por aludido.
–No, nada simplemente que no se asuste el vaso de agua lo serví yo –.
–Si lo sé –dijo el encargado –está para eso.
Berni arrancó un par de servilletas y silbó la introducción de una canción.
Canción que habla de los pétalos y de las mismas calles y de los mismos bares.
Porque todos sabemos que siempre es la misma canción, siempre es la misma calle y por supuesto, es siempre el mismo bar.
Hizo un par de bollos con las servilletas hasta que en un par de segundos podía divisarse como los papeles se convertían en pétalos y en tallo.
El encargado se dio cuenta de que lo que el viejo hacía era un regalo para la mujer que estaba en el baño, y al escucharla tararear la misma canción que el viejo silbaba, supuso que ella estaba ya lista para volver a la mesa, por lo que apuró todo sobre la bandeja y se abalanzó en su camino, para que Berni tuviese tiempo de terminar el regalo y esconderlo debajo de la mesa hasta que llegase la mujer.
–Aquí le traigo lo suyo– dijo el encargado mientras detrás de él se escuchaba la voz de la vieja pidiendo permiso para pasar adelante.
Berni giró la cabeza, le guiñó el ojo al encargado, y entonces este se hizo el sorprendido, dio un paso al costado y la dejó pasar a la mujer.
Al llegar a la mesa le pidió perdón a la dama y al caballero también.
Apoyó la bandeja sobre la mesa y dividió el pedido en partes iguales.
Primero el Legui para la dama y después el Legui para el caballero.
Segundo el submarino para la dama y después el submarino para el caballero.
Finalmente apoyó un vaso de vidrio para cada uno y una jarra metálica con agua para los dos.
Con la mano derecha levantó la bandeja que después pasó al brazo izquierdo y con la mano derecha sirvió agua primero en el vaso de la dama y después en del caballero.
Antes de abandonar la mesa les dijo –Que lo disfruten!!! – se fue cantando furioso pétalo de sal, la misma calle el mismo bar" y La Florista continuó -nada te importa en la ciudad si nadie espera…"
Berni estiró el brazo izquierdo sobre la mesa pidiéndole a ella sus manos.
Ella las apoyó por encima de la palma izquierda de él, palmas arriba y entonces él apoyó la mano derecha cerrada con el puño, apretado, sí, pero no lo suficientemente apretado como para dañar el regalo y entonces Berni le dijo. –Soplá– y ella sopló y al soplar Berni abrió la mano y entonces floreció la flor.
Brindaron a su salud y por el ocasional encuentro con las copas de legui.
Acto seguido brindaron cada uno con submarino en mano por la irreverencia de esos dos amantes que los contagiaron a los dos, y así se enredaron entre tazas, copas, vasos, abrazos y besos hasta que el cielo se tiñó de rosa, cuando el sol empezó a levantar al humedad del asfalto y entonces se dieron cuenta que habían pasado la noche juntos cada uno a un lado de la mesa.