EZEQUIEL WOLF

viernes, 1 de junio de 2012

Vine para aprender


Después de la rumba improvisada en aquella esquina de la ciudad, y en medio de la tormenta desatada, La Florista que se emborracha con Legui salió corriendo con Berni agarrada de la mano.
Berni es un Profesor Titular de Historia que después de tanto años sin ejercer porque como Investigador viajaba por todo el mundo redactando trabajos, ensayos y otras tantas, se dió cuenta que los años como titular iban llegando al fin, y que no quería perderse la posibilidad de enseñar ahora, una vez caminado gran parte del camino. 
–¿Hace mucho que no da clases?– preguntó La Florista mientras él cerraba el paraguas en la puerta de una confitería y ella refregaba los pies contra la alfombra para no empapar el bar anacrónico.
Eligieron la mesa que da a la vereda. Mesa doble con un gran ventanal.
-Es que me gusta poder respirar la lluvia- dijo ella  ya sentada en la silla que da a la puerta y con la espalda apoyada contra la pared.
–Si, hace bastantes años ya que no doy clases. Di clases de pibe. Cuando arranqué fui ayudante, y después ya metido en investigaciones, crecí por concurso dentro de la Carrera, y bueno, una cosa llevó a la otra y entre Concursos, Congresos, Doctorados y esas cosas hice más una especie de carrera diplomática universitaria  docencia propiamente dicha. –
–Qué interesante. –Dijo ella–  ¿Y por qué ahora te picó el bichito?–
–Quizás el tema es que cuando arranqué no me molestaba tanto no enseñar, qué se yo, prefería aprender para mí, acumular saber…– dijo Berni eligiendo milimétricamente cada una de sus palabras y los silencios entre palabra y palabra, tratando de conmoverla –…Pero lo cierto es que ahora con el correr de los años me gustaría más ser docente para alumnos que profesor de profesores como soy hoy. Vine para aprender –.
 La Florista que se emborracha con Legui lo miraba de reojo jugando a no verlo, pero lo escuchaba con quirúrgica atención, Berni pestañeaba.
Cuando sus ojos parecía que iban a chocar él levantaba la cabeza para llamar al mozo de camisa celeste arremangada con botones metálicos, y ella simplemente jugaba a escaparse del aprieto entre las gotas escurridizas de lluvia que chorreaban de las motos estacionadas en la puerta del bar, sobre la vereda.
–Voy al baño–dijo ella y él aprovecho el momento para pararse detrás de ella e ir a la barra, y pidió al encargado dos medidas de legui, y dos sumbarinos.
–Perfecto ya se lo alcanzo–.
Berni estiró el brazo, agarró la jarra de agua, se sirvió en un vaso que había secándose ahí, tosió fuerte y encaró para la mesa.
– ¿Necesita algo más?– preguntó el encargado dándose por aludido.
–No, nada simplemente que no se asuste el vaso de agua lo serví yo –.
–Si lo sé –dijo el encargado –está para eso.
Berni arrancó un par de servilletas y silbó la introducción de una canción.
Canción que habla de los pétalos y de las mismas calles y de los mismos bares.
Porque todos sabemos que siempre es la misma canción, siempre es la misma calle y por supuesto, es siempre el mismo bar.
Hizo un par de bollos con las servilletas hasta que en un par de segundos podía divisarse como los papeles se convertían en pétalos y en tallo.
El encargado se dio cuenta de que lo que el viejo hacía era un regalo para la mujer que estaba en el baño, y al escucharla tararear la misma canción que el viejo silbaba, supuso que ella estaba ya lista para volver a la mesa, por lo que apuró todo sobre la bandeja y se abalanzó en su camino, para que Berni tuviese tiempo de terminar el regalo y esconderlo debajo de la mesa hasta que llegase la mujer.
–Aquí le traigo lo suyo– dijo el encargado mientras detrás de él se escuchaba la voz de la vieja pidiendo permiso para pasar adelante.
Berni giró la cabeza, le guiñó el ojo al encargado, y entonces este se hizo el sorprendido, dio un paso al costado y la dejó pasar a la mujer.
Al llegar a la mesa le pidió perdón a la dama y al caballero también.
Apoyó la bandeja sobre la mesa y dividió el pedido en partes iguales.
Primero el Legui para la dama y después el Legui para el caballero.
Segundo el submarino para la dama y después el submarino para el caballero.
Finalmente apoyó un vaso de vidrio para cada uno y una jarra metálica con agua para los dos.
Con la mano derecha levantó la bandeja que después pasó al brazo izquierdo y con la mano derecha sirvió agua primero en el vaso de la dama y después en del caballero.
Antes de abandonar la mesa les dijo –Que lo disfruten!!! – se fue cantando furioso pétalo de sal, la misma calle el mismo bar" y La Florista continuó -nada te importa en la ciudad si nadie espera…"
Berni estiró el brazo izquierdo sobre la mesa pidiéndole a ella sus manos.
Ella las apoyó por encima de la palma izquierda de él, palmas arriba y entonces él apoyó la mano derecha cerrada con el puño, apretado, sí, pero no lo suficientemente apretado como para dañar el regalo y entonces Berni le dijo. –Soplá– y ella sopló y al soplar Berni abrió la mano y entonces floreció la flor.
Brindaron a su salud y por el ocasional encuentro con las copas de legui.
Acto seguido brindaron cada uno con submarino en mano por la irreverencia de esos dos amantes que los contagiaron a los dos, y así se enredaron entre tazas, copas, vasos, abrazos y besos hasta que el cielo se tiñó de rosa, cuando el sol empezó a levantar al humedad del asfalto y entonces se dieron cuenta que habían pasado la noche juntos cada uno a un lado de la mesa.

1 comentario:

  1. Hay que embriagarse a través de lenguaje, a través del amor.

    Muy bueno!

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