Después
de la rumba improvisada en aquella esquina de la ciudad, y en medio de la
tormenta desatada, La
Florista que se emborracha con Legui salió corriendo con
Berni agarrada de la mano.
Berni
es un Profesor Titular de Historia que después de tanto años sin ejercer porque
como Investigador viajaba por todo el mundo redactando trabajos, ensayos y
otras tantas, se dió cuenta que los años como titular iban llegando al fin, y que
no quería perderse la posibilidad de enseñar ahora, una vez caminado gran parte
del camino.
–¿Hace
mucho que no da clases?– preguntó La Florista mientras él cerraba el paraguas en la
puerta de una confitería y ella refregaba los pies contra la alfombra para no
empapar el bar anacrónico.
Eligieron
la mesa que da a la vereda. Mesa doble con un gran ventanal.
-Es
que me gusta poder respirar la lluvia- dijo ella ya sentada en la silla que da a la puerta y
con la espalda apoyada contra la pared.
–Si,
hace bastantes años ya que no doy clases. Di clases de pibe. Cuando arranqué fui
ayudante, y después ya metido en investigaciones, crecí por concurso dentro de la Carrera , y bueno, una cosa
llevó a la otra y entre Concursos, Congresos, Doctorados y esas cosas hice más
una especie de carrera diplomática universitaria docencia propiamente dicha. –
–Qué
interesante. –Dijo ella– ¿Y por qué
ahora te picó el bichito?–
–Quizás
el tema es que cuando arranqué no me molestaba tanto no enseñar, qué se yo,
prefería aprender para mí, acumular saber…– dijo Berni eligiendo
milimétricamente cada una de sus palabras y los silencios entre palabra y
palabra, tratando de conmoverla –…Pero lo cierto es que ahora con el correr de
los años me gustaría más ser docente para alumnos que profesor de profesores
como soy hoy. Vine para aprender –.
Cuando
sus ojos parecía que iban a chocar él levantaba la cabeza para llamar al mozo
de camisa celeste arremangada con botones metálicos, y ella simplemente jugaba
a escaparse del aprieto entre las gotas escurridizas de lluvia que chorreaban
de las motos estacionadas en la puerta del bar, sobre la vereda.
–Voy
al baño–dijo ella y él aprovecho el momento para pararse detrás de ella e ir a
la barra, y pidió al encargado dos medidas de legui, y dos sumbarinos.
–Perfecto
ya se lo alcanzo–.
Berni
estiró el brazo, agarró la jarra de agua, se sirvió en un vaso que había
secándose ahí, tosió fuerte y encaró para la mesa.
–
¿Necesita algo más?– preguntó el encargado dándose por aludido.
–No,
nada simplemente que no se asuste el vaso de agua lo serví yo –.
–Si
lo sé –dijo el encargado –está para eso.
Berni
arrancó un par de servilletas y silbó la introducción de una canción.
Canción
que habla de los pétalos y de las mismas calles y de los mismos bares.
Porque
todos sabemos que siempre es la misma canción, siempre es la misma calle y por
supuesto, es siempre el mismo bar.
Hizo
un par de bollos con las servilletas hasta que en un par de segundos podía
divisarse como los papeles se convertían en pétalos y en tallo.
El
encargado se dio cuenta de que lo que el viejo hacía era un regalo para la
mujer que estaba en el baño, y al escucharla tararear la misma canción que el
viejo silbaba, supuso que ella estaba ya lista para volver a la mesa, por lo
que apuró todo sobre la bandeja y se abalanzó en su camino, para que Berni
tuviese tiempo de terminar el regalo y esconderlo debajo de la mesa hasta que
llegase la mujer.
–Aquí
le traigo lo suyo– dijo el encargado mientras detrás de él se escuchaba la voz
de la vieja pidiendo permiso para pasar adelante.
Berni
giró la cabeza, le guiñó el ojo al encargado, y entonces este se hizo el
sorprendido, dio un paso al costado y la dejó pasar a la mujer.
Al
llegar a la mesa le pidió perdón a la dama y al caballero también.
Apoyó
la bandeja sobre la mesa y dividió el pedido en partes iguales.
Primero
el Legui para la dama y después el Legui para el caballero.
Segundo
el submarino para la dama y después el submarino para el caballero.
Finalmente
apoyó un vaso de vidrio para cada uno y una jarra metálica con agua para los
dos.
Con
la mano derecha levantó la bandeja que después pasó al brazo izquierdo y con la
mano derecha sirvió agua primero en el vaso de la dama y después en del caballero.
Antes
de abandonar la mesa les dijo –Que lo disfruten!!! – se fue cantando furioso pétalo de sal, la misma calle el
mismo bar" y La
Florista continuó -nada
te importa en la ciudad si nadie espera…"
Berni
estiró el brazo izquierdo sobre la mesa pidiéndole a ella sus manos.
Ella
las apoyó por encima de la palma izquierda de él, palmas arriba y entonces él
apoyó la mano derecha cerrada con el puño, apretado, sí, pero no lo
suficientemente apretado como para dañar el regalo y entonces Berni le dijo. –Soplá–
y ella sopló y al soplar Berni abrió la mano y entonces floreció la flor.
Brindaron
a su salud y por el ocasional encuentro con las copas de legui.
Acto
seguido brindaron cada uno con submarino en mano por la irreverencia de esos
dos amantes que los contagiaron a los dos, y así se enredaron entre tazas,
copas, vasos, abrazos y besos hasta que el cielo se tiñó de rosa, cuando el sol
empezó a levantar al humedad del asfalto y entonces se dieron cuenta que habían
pasado la noche juntos cada uno a un lado de la mesa.
Hay que embriagarse a través de lenguaje, a través del amor.
ResponderEliminarMuy bueno!