Geena acostada en el sillón, al borde de la ventana que da a la calle lee un tratado sobre el arte de las manualidades y la relación con la masturbación.
El libro según se dice es uno de los tantos diarios que Cristina supo leer en aquel antológico programa radiofónico donde se leían cartas, donde los oyentes llamaban por teléfono, donde ella se extrañaba de que el programa fuese grabado para la posteridad, donde hasta había gente que iba a ver el programa en vivo, donde había una biblioteca circulante de cassettes grabados comandada por el mismo
programa, Cuadernos del puerto.
“…con la mano derecha abierta, todos los dedos bien separados entre si,
para que el aire pueda rodear todas las extremidades del cuerpo
y enroscarse allí y desarmarse y volverse formas.
La palma de la mano apoyada sobre la ingle
y con el dedo pulgar como gacho para bajar el pantalón lentamente
y demostrar que debajo de la ropa hay carne,
porque todavía queda carne rodeada por piel.
La mano se abre y se despliega
y los dedos mayor y anular juntos como si fueran uno bajan
y van a fondo.
El masajeo suave de subir y bajar
se enrolla entre rulos que se erizan
y parecen electrizarse con la respiración
que empieza a calentarse,
el aire tibio se cocina en el cuerpo
y las narinas no alcanzan
y la transpiración avanza
y los ojos entrecerrados se guardan e indagan en el teatro de las sensaciones que es el cuerpo
y los párpados presionan egoistas
y los labios se mojan
la lengua se pega
el paladar se ensalza
la boca busca poner en palabras
pero el cuerpo y la cabeza están en otro lado
y por eso hay gemidos entrecortados como espasmos
y los dedos anular y mayor salen de la flor
y acarician hasta acabar buscando la luz
esa sensación de insaciable saciedad como si fuese la sombra
porque es en ese momento
en el que la piel de los dedos
empieza a acariciar lo mojado entre gritos
con la yema de los dedos..."
Y entonces como si hubiese arrancando una ficha estamental de jenga
su cuerpo se desarmó.
Geena dejó caer el libro sobre ella en un trance relajada por las instrucciones del libro.
Las persianas estaban abiertas,
las cortinas blancas corridas a un costado de la ventana cerrada.
Geena con los ojos cerrados, musculosa levantada con una mano acariciándose una teta
y con la otra dentro del pantalón cuando el celular la despertó.
Geena se levantó del sillón sin dejar de tocarse el cuerpo,
porque acababa de acabarse.
Empezó por perderse
y acabó redescubriéndose, mitad despierta y mitad dormida,
ensoñada y consagrada a si misma,
en una oda la masturbación como un mantra.
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